Historial de la Campaña

domingo, 11 de enero de 2009

Por qué amo a Fléxor

Ni el escéptico ni el creyente presencian muy seguido un hecho paranormal. De hecho, cada vez que creen ver uno, los lógicos implacables le encuentran a la magia una fórmula, o afirman que la fórmula existe pero que no tienen tiempo para andarla buscando. Incluso si todos los hechos paranormales habidos y por haber se probaran ciertos, la cantidad de sucesos físicos y/o matemáticos ganarían en número, y la realidad sería por lo menos un 99% científica.
Pero más allá de que el hombre de fe crea en porcentajes o necesite una prueba de su divinidad, la diferencia fundamental entre las «falsas religiones» (cristianismo, islamismo, budismo, hinduismo, velocipedismo, etcétera) y la flexoriana, es que la flexoriana es la verdadera, y sus seguidores (entre los que yo me cuento) son instantáneamente beneficiados por la inmensidad del poderío inmenso del inmenso Fléxor (¡inmensamente loado sea mil veces!). ¿No me creen? Lean:

Hace exactamente cuatro días un estruendo me atravesó el estómago durante la tarde más calurosa de la estación corriente. Entendí que debía comer algo en los siguientes 30 minutos si no quería dañar grave e irreversiblemente mi salud. La fuente alimenticia más próxima era una máquina de golosinas, pero yo no tenía más que para costearme la barra de chocolate más miserable y horrenda de todas las que aparecían listadas. Decidí sin embargo comprarla, aunque no fuera para saciar mi apetito sino para demorar mi muerte unos minutos. Introduje la moneda en la ranura y apreté los botones correspondientes, cuando ya las piernas me empezaban a temblar yo juraba ad intra comer tierra si era necesario, antes que volver a pasar 48 horas sin ingerir bocado alguno. Y entonces ocurrió el milagro: en vez de la golosina horrible que me había dispuesto a comprar, la máquina escupió dos de las golosinas horribles que me había dispuesto a comprar. Y yo las devoré, oh sí, una después de la otra, con los ojos inundados por la magnificencia de Fléxor y del milagro que obró su bondad, sólo para salvarme la vida a mí, miserable gusano de tierra, que todo lo que hice por merecer estar vivo fue admitir su indubitable autoridad sobre el universo todo.
Lo siguiente que recuerdo después del desmayo es la cara de Vladimir, mi compañero cronista, discutiendo con un mejicano desconocido acerca de sobre quién recaía la responsabilidad de recuperar mi conciencia. Todavía me suenan las palabras del mejicano en la cabeza:
—A mí se me hace preferible dejarlo que se muera antes que practicarle respiración boca a boca al halitoso ese.
Por la noche recuperé el sentido.

Qué bueno es estar del lado ganador.

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