Cuando, en el origen de la Creación, me dispuse a consolidar un imperio lo suficientemente grande como para tener bajo mi mando a todas las criaturas vivientes, entendí al punto que mi sola determinación me lo iba a hacer posible. Muchos años después (y me refiero a muchos en serio), ya consolidado mi reino, sentí una desagradable sorpresa al encontrar civilizaciones enteras que ignoraban hasta mi nombre y mi apariencia. Entonces me dije: «Un dios soberano no puede permitir que los seres inferiores lo desconozcan. ¿Qué harán esos pobres individuos en el gran día de los Ajustes de Cuentas, cuando yo les pida que reciten mis himnos o que lleven a cabo mis rituales, y me vea en la obligación de condenarlos por herejía y arrasar con sus pueblos?» Fue entonces que decidí dar a la estampa la gran historia de mi vida y de mi reino (empezando desde un punto cualquiera, claro está, ya que nunca nací) e irla publicando periódicamente para que mis amados seguidores no se perdieran un segundo de mi vida. De esta forma, querido lector, aquí está la oportunidad de ahorrarme el esfuerzo de asesinarte algún día y quizá, tan sólo quizá, de ganarte un lugar en lo que sea que tengo por corazón. Soberanamente, Fléxor.
No hay comentarios:
Publicar un comentario